DE LA POLARIZACIÓN A LA INTOLERANCIA





La libertad implica necesariamente que conozca mis límites
 

En las últimas dos semanas el Perú vive expresiones de polarización sumamente graves, lo que se ve en todos los ámbitos y espacios. Pareciera que hemos quedado como catatónicos por la virulencia de las manifestaciones de todos los sectores, situación de la que no está eximido el Gobierno central, en sus diversos niveles de responsabilidad. Bueno pues, de esta situación hay que salir y pronto; y para ello se requiere no una actitud complaciente ni de anomia social, pues todos los extremos son igualmente graves. Y al referirme a ese fenómeno que Durkheim identificó como un estado de ausencia, normas y orden y en eso, la autoridad actual está teniendo responsabilidad severa.

Desde mi punto de vista, los órganos del Estado, en este momento, no dan la talla. No están a la altura de las circunstancias y menos dan respuesta o toman el mando con responsabilidad; lo hacen con fríos cálculos personalistas o de grupo que, por lo general, están lejos de ser buenos para la gran mayoría. Buscan un beneficio del todo inmediato personalista y en nada superior ni desprendido. Quizá es porque nuestra clase política está herida de muerte y no asoman aún líderes que sean voceros, gestores y practicantes de valores, que los encarnen en su propia vida y no con la doblez a que se nos ha acostumbrado, por la distancia entre la vida y la prédica; líderes en los que la transparencia, el respeto y la tolerancia estén en su radical y más profundo ADN, porque lo que vemos ahora, en muchos casos, es una especie de miedo a la opinión en solitario, a la expresión de lo propio aun con riesgo a la crítica y al rechazo.

Y esta situación de desgaste se ve, principalmente en las relaciones innecesariamente conflictivas entre el Poder Ejecutivo y el Poder Legislativo. Parece que no han comprendido, de parte y parte, las funciones que a cada uno compete; y sin duda, no se han dado el tiempo para reflexionar que aún siendo el Congreso y el presidente de la República, de transición, están obligados a actuar con profunda responsabilidad, ya que el futuro no se hace solo, el futuro se siembra en su propio pasado. Y si estamos sembrando odios, diferencias y si las decisiones se toman no por convicción sino por interés y temor, o por la miedosa actitud de tener que dar la razón a la mayoría y a quien más eleva la voz, estamos ante ciudadanos que, como dije al principio, no dan la talla. Con el agravante de que quienes hoy apoyan y aplauden serán los mismos que mañana van a denostar y criticar, porque el goce del favor público es esquivo, breve y fugaz.

Las autoridades, de corta o muy corta duración, están en la suprema obligación de tender puentes y de llamar a la conciliación. En nuestro medio hay muchas personas expertas en el manejo de los conflictos; habría que escucharlos porque en todos los casos de la historia, y de nuestra historia nacional, la experiencia demuestra que siempre, siempre, es posible encontrar un punto de acuerdo, un interés común, un elemento a partir del cual armar un diálogo respetuoso y responsable. Tener opiniones divergentes, no implica que quienes las expresan sean enemigos; y por ello, no se puede perder la necesidad de acercamiento, por más lejanas que parezcan sus posiciones.

Algunos asuntos muy polarizados llaman mi atención; por ejemplo, la reciente y recurrente mención a la “necesidad” de cambiar la Constitución. No sería ese un problema, pues nuestro ordenamiento jurídico tiene prevista esa posibilidad, no en vano nos rige la 12º Constitución; lo que me preocupa es que muchos de los que elevan su voz con altos decibeles no conocen la Carta Magna que nos gobierna. Entonces, ¿cómo y por qué cambiar lo que existe pero se desconoce? ¿No sería más “ciudadano” exponer los artículos o aspectos que se considera deben ser cambiados? Con argumentos y no con gritos, con diálogo y no a la fuerza, porque no debemos llorar ni una sola vida perdida más; los hogares peruanos no pueden quedar heridos ni enlutados por la pérdida de ni uno de sus miembros en situaciones como las que hemos vivido. Y una pregunta adicional viene a mi mente: ¿si no se respeta la Constitución actual, qué garantía tenemos de que se respetará una futura? El respeto a las leyes y a las normas no es volitivo ni circunstancial, es un absoluto y una exigencia de todo Estado de derecho.

Otro aspecto que me llama la atención es el sentido de libertad que parece estar dominando. A mi humilde parecer es libertinaje, porque la libertad implica necesariamente que conozco mis límites, que los acepto y que es en ese espacio en el que me muevo porque mi libertad implica, aunque no guste el término, sometimiento a la libertad del otro, a los derechos del prójimo y respeto a las posturas de quien piensa distinto a mí. Dicho de otra manera, el ejercicio de mi libertad parte, indispensablemente, del reconocimiento de que para ser realmente libre debo cumplir mis deberes y obligaciones, y reconocer la existencia de autoridades legítimas; aunque en lo personal pudieran no ser de mi agrado.

En este sentido, podemos recordar el caos que en los orígenes de los tiempos significó la expresión non serviam, que es lo mismo que decir “no serviré, no me someteré, no reconozco más autoridad que a mi mismo, no reconozco ni acepto otros límites más allá de los que yo me fijo”. Esa supuesta libertad absoluta, que no existe y no es posible, implica no reconocer, me guste o no, que estoy sometido a leyes más frágiles como son las de mi propia y voluble voluntad. Muchas veces se corre el riesgo de que por esa volubilidad me comporte como una veleta que se mueve al ritmo que cualquier ráfaga de viento le indica. Y de ser así, soy un títere en manos de un nefasto titiritero.

Que el respeto, la moderación y la prudencia no desaparezcan jamás de nuestra forma de actuar. Y que las autoridades competentes, extiendan los puentes para construir un país cuyo horizonte pueda ser visto, desde ahora, como de entendimiento y paz, de progreso y desarrollo para todos. Son buenos deseos en este tiempo de Adviento, tiempo de espera y esperanza.

Cecilia Bakula - El Montonero

Comentarios