PERDER LA JOYA DE LA CORONA: EL AEROPUERTO DE CHINCHERO Y EL VALLE SAGRADO



El diario El Peruano nos sorprendió con una noticia muy preocupante, referida a la insistencia en un proyecto que motiva nuestra inquietud. Se trata del confuso objetivo de construir un aeropuerto en Chinchero, y del obstinado comportamiento del Gobierno de hacerlo justo allí, justo en el Valle Sagrado, justo en un espacio que a todas luces parece no ser el más indicado y cuya implementación va a generar más problemas que soluciones. Si ahora ya hay deterioro del patrimonio y se carece de un plan de manejo para mitigar el impacto que sufre el área, por el ya creciente movimiento turístico, casi no podemos imaginarnos el caos y el daño que un aeropuerto generará allí.

Vamos —como lamentablemente en muchos aspectos— caminando contra la corriente del mundo moderno, pues hoy los países desarrollados cuidan su patrimonio (en muchos casos menor que el nuestro) y no se atreverían a destruir un complejo de esa magnitud, por respeto a su país, a su historia, a su tradición y a sus valores. Cuánta pasividad y silencio cómplice hay frente a temas serios, y cuánto alboroto para nimiedades y noticias casi anecdóticas.

Si bien es positivo buscar la asesoría de países con experiencia en la construcción y administración de aeropuertos, una cosa es el manejo de los servicios y otra muy distinta es su ubicación. Por eso, el Gobierno quiere hacer aparecer la opinión de esos países expertos como un aval a la destrucción del patrimonio ¡y no puede ser así! Por más que ese proyecto se haya declarado como "ineludible", y en efecto es una necesidad tener infraestructura de primer nivel, lo cierto es que ese aeropuerto, en esa ubicación, es antitécnico, no tiene proyección de utilidad a largo plazo y no será de primer nivel. Pero sí que nos dejará la herida de haber arrasado con hectáreas de rico patrimonio, de información fundamental y de inmenso valor simbólico que ninguna construcción moderna puede reemplazar.

Lo que se quiere imponer al Perú, por parte de sus propios gobernantes, de aquellos llamados a proteger el patrimonio cultural, es una solución que ya se ha identificado como antitécnica y no conveniente, además de gravemente perjudicial para el Valle Sagrado y para la preservación del patrimonio. Nunca hay una única solución, pero cuesta más pensar en un abanico de posibilidades y estudiar otras opciones, que enfrentar y dar la cara a compromisos malévolos adquiridos, a lobbies de contundente y generosa cuantía y a una ceguera ante los valores y la riqueza que el turista (a quien supuestamente se quiere atender "mejor") busca.

Nuestros visitantes vienen para acercarse a la riqueza de nuestra cultura milenaria, para experimentar las maravillas de nuestras tradiciones, saberes, espacios y arquitectura. A ellos habrá que decirles que por una actitud pacata y timorata, irresponsable y dando la espalda a los valores propios, se ha permitido una obra que enriquecerá a muchos, pero empobrecerá al país. Porque se hace pobre un país no por carecer de dinero, sino por carecer de referentes, de gobernantes que pongan por delante los valores que están llamados a vivir, por la incoherencia entre lo que se dice y se hace. Y en este caso, por la flagrante irresponsabilidad que la historia juzgará.

No obstante, contra viento y marea, con idas y venidas, con procesos legales, denuncias, informes técnicos, opinión de expertos, la obra sigue. La pregunta es ¿por qué? ¿Qué hay detrás de ese empecinamiento gubernamental? ¿Ignorancia culposa o intereses particulares que prevalecen y que se esconden tras argumentos sin sustento?

Vale recordar que se trata de un área absolutamente privilegiada por su entorno y su riqueza cultural y natural; como tal, fue declarada en el 2006 como Patrimonio Cultural de la Nación, señalando que esa área contiene más de 350 sitios arqueológicos de importancia sustantiva. Eso la convierte en la de mayor cantidad de vestigios y presencia viva de la civilización Inca, por lo que forma parte del invalorable paisaje y herencia cultural de dicha civilización.

¿Seguiremos viendo la obstinación como bandera? ¿Perderemos la joya de la corona?

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