LOS CAVIARES EN GUERRA DESESTABILIZADORA


Son incorregibles estos progre-caviares. Persiguen la inestabilidad urdiendo intrigas y sembrando discordias. Acabamos de sortear un serísimo riesgo político por culpa de esta ralea conspiradora e insidiosa, que colocó en ruta de colisión al Ejecutivo con el Legislativo. 

¿El motivo? La progresía persevera en aprovecharse –incluso apropiarse– del gobierno de Pedro Pablo Kuczynski, actuando como celestina mientras lo permita la coyuntura. Porque a la primera de bastos, se le abalanzará a la yugular. Ocurrió con todos los mandatarios naif que se ilusionaron con el candor progresista. 

Ya basta de trapisondas y urdimbres que únicamente apuntan a generar desavenencias y división entre poderes del Estado para satisfacer bolsillos, ansias de poder y ego colosal de la progresía, la más peligrosa y la más corrupta estirpe politiquera que anida en el Perú. Su accionar se basa en la extorsión. Lo demuestra su trayectoria desde que saliera a flote durante los últimos tiempos de Fujimori –más claramente del fujimontesinismo– izando las banderolas de la moralidad, la democracia y la defensa de los derechos humanos. 

Bastaría revisar la relación de los más insignes engreídos de la progresía caviar –de Alejandro Toledo a Susana Villarán, sin olvidar a Nadine Heredia y, por supuesto, a Ollanta Humala, alias “capitán Carlos”–, gente sospechosa de integrar mega redes de corrupción, lavado de dinero, y hasta asesinatos en masa con violación de derechos humanos. Esta lista corta es prueba suficiente para confirmar la falacia de aquella propaganda moralina y buenista de los progre. Oratoria que es mera táctica a efectos de infiltrarse en los intestinos del Estado para mantener chantajeadas a las autoridades y consecuentemente acumular mayores poderes. Aunque también para que sus ONG reciban millones de trusts extranjeros que donan para eludir impuestos.

La fijación progre es desaparecer el fujimorismo achicharrándolo en la hoguera de la deshonestidad. Para ello hay que crear condiciones entre la población. Una de ellas, montar un plan de lucha política volcado a enfrentar al Ejecutivo –todavía sometido al chantaje de la progresía– y el Legislativo, cuya mayoría controla el fujimorismo. Una guerra politiquera de pronóstico reservado. Porque de ella dependerá que el Gobierno clausure el Congreso o que este promueva el impeachment al Presidente. Entonces se produciría el caso general, con lo cual se favorecería la izquierda presentándose como única opción limpia. Porque Ollanta, Nadine, Susana, etc., serían salvados por la falsa retórica caviar.

A propósito, otro accionar progresista para ganar simpatías es imponer la demanda LGTB (lesbianas, gays, transexuales y bisexuales), que exige que el currículo escolar incorpore la “inclusión de género”. Idel Vexler, flamante ministro de Educación, hace poco sostuvo esto: “Como hombres y mujeres nacen con diferencia sexual, el frente LGTB sostiene que social y culturalmente cada uno construye su propia identidad de género; consecuentemente la identidad de género implica una orientación a la postura homosexual”. Los progre –en contubernio con la exministra Martens– le declararon la guerra. Ayer acusaron a Vexler de acosador, por algunas palabras de elogio que tuvo hacia ella. ¿Hasta cuándo tenemos que aceptar esta guerra desestabilizadora?

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