¡LA FALLIDA TRANSICIÓN PANIAGÜISTA!


Organizada por la progresía de izquierda, fue una revancha


El establishment políticamente correcto ha impedido que se evalúe con calma y agudeza a la llamada “transición hacia la democracia” que dirigió (o trató de hacer) Valentín Paniagua cuando le tocó asumir la presidencia a la caída del fujimorato. ¿Por qué? Sencillo: porque al establishment no le conviene evaluar las consecuencias de aquel proceso. Lo cierto es que la denominada “transición paniagüista” estuvo lejos de ser una verdadera transición hacia la democracia. Todo lo contrario: su peor herencia ha sido que —durante tantos años— el espacio público se haya envenenado de esa absurda y falaz dicotomía entre fujimorismo y antifujimorismo que hasta hoy nos persigue.

¿Por qué la transición paniagüista tuvo enormes yerros? Porque aquella transición no fue nunca un proceso de encuentro con el otro, con el adversario. La transición paniagüista, organizada por la progresía de izquierda limeña, fue una revancha en sí misma. Es obvio que sería una locura justificar los yerros del fujimorato durante los noventa; no obstante, de eso se encargará la historia, y quien tenga la pretensión de hacerlo ahora quedará muy mal. En esa misma línea, nadie puede justificar el golpe autoritario de 1992, la corrupción (los vladivideos) o los casos puntuales de violación de derechos humanos. Como decimos; nadie en su sano juicio podría justificarlo.

Sin embargo, de alguna manera la narrativa del régimen autoritario del fujimorato no acaba allí. En todo historia casi siempre hay un lado b que también merece ser contado o escrito. Y este lado b del fujimorato es que ordenó la economía, redujo a su mínima expresión el terrorismo (vale recalcar la creación del GEIN por el aprismo), llevó el Estado a la puna y a las llanuras amazónicas y durante su Gobierno se armó el esqueleto jurídico que permitió reducir la pobreza como jamás en la historia de la República. Solo el fanatismo religioso podría negar ello.

Si la transición paniagüista hubiera sido un encuentro con el otro, con el adversario, el espacio público no se habría organizado en torno a la oposición fujimorismo y antifujimorismo. ¿Por qué? Porque una verdadera transición habría hecho posible la creación de un sistema de partidos postfujimorato en el que (¿adivinen qué?) el fujimorismo también habría podido organizarse en un partido político. En lugar de ello, en lugar de arriesgarse por el entendimiento y la verdadera reconciliación, la progresía intentó hegemonizar y contar un solo relato, una sola narrativa que tiene parte de verdad y mucho de mentira. En esta narrativa, el fujimorismo era el culpable de todos los males y por lo tanto se debe negar su existencia. ¡Tamaña intención!

En España, el Partido Popular fue fundado por siete ex ministros de Franco (“El Caudillo”), cuyo régimen fue en todo sentido una dictadura. Se puede decir que el franquismo necesitaba el ticketde entrada a la democracia, y ello solo lo obtendrían si se organizaban como un partido político que respetara el Estado de derecho y abandonara —para siempre— su catadura golpista. Pero no solo los franquistas recularon; también los comunistas renunciaron a su utopía, con Santiago Carrillo a la cabeza.

Lo mismo puede decirse en Sudáfrica, cuando Nelson Mandela logró la hazaña de una verdadera reconciliación con los blancos afrikaners. Si bien Mandela pasó a la historia, sin embargo allí también estuvo Frederik de Klerk (juntos ganaron el premio Nobel). Solo la genialidad de Mandela pudo evitar un nuevo conflicto y empezar una nueva historia.

En el Perú no ocurrió ninguna transición. Aquí se intentó negar la existencia del otro. Cuando el fujimorismo obtuvo tres curules en las elecciones congresales (Martha Chávez, cuya actuación en los noventa es criticable, fue expulsada) la progresía pensó que ello era el fin, que era el odriismo renovado. Se equivocaron. El fujimorismo es —de alguna manera— una expresión popular, una representación de un sector de la sociedad, así no les guste a muchos (incluyéndome). Quizá el factor Keiko también sea una explicación.

Hoy, el país necesita una nueva transición democrática que permita al fujimorismo o a la izquierda organizarse en un partido serio, evitando el veto y la negación. Si en el siglo XX la democracia se quebró mil veces fue porque las oligarquías y la izquierda marxista jamás levantaron el veto al APRA. Aprendamos de la historia.

Iván Arenas

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