BETO ORTIZ: COMO SER UNA MUJER MACHISTA


Excusas tontas que las víctimas de la violencia suelen inventar.

“Es nuestra manera de querernos”:
Pelean todo el día como perro y gato, pero no pueden vivir el uno sin el otro. Él le grita puta de mierda desde que amanece el día. Aww, qué lindos. Ella le responde maricón, concha tu madre. Cuánta poesía. Me derrito. Qué bello es amar. Ya, pues. No jodamos. Dos personas que se agreden permanentemente, que se sacan las tripas aunque solo sea de palabra, no se están “queriendo a su manera”, se están destruyendo. O mejor dicho: se están haciendo mierda de manera sistemática y disciplinada. Amiga, date cuenta. No te está amando a su muy personal estilo, te está asesinando de a poquitos. Sal de ahí, corriendo. Huye. No seas cojuda. Perdonen el francés.

“Mejor que quede entre 4 paredes”:
La funesta frase salió de los labios de la modelo colombiana Claudia Ramírez que se mostró en desacuerdo con el testimonio de maltrato de Alejandra Baigorria. Según su punto de vista, no había necesidad de hacerlo público. No era para tanto. Porque, claro, los trapitos sucios se lavan en casa. Porque Dios perdona el pecado pero no el escándalo y demás idioteces por el estilo. Tremendo error. Lo primero que tiene que hacer una mujer agredida es no callarse porque el silencio es la mejor garantía de impunidad del abusador. Y la mejor receta para terminar masacrada y muerta a golpes. Pero increíblemente, muchas mujeres estuvieron de acuerdo con Ramírez en las redes sociales y, en vez de empatizar con la víctima, se solidarizaron con el victimario expresando su profundo fastidio y hasta su sospecha: Mmm, ¿por qué no denunció antes?, ¿por qué armar tanta alharaca?, ¿no lo estará haciendo por figuretear? Mmm…

“Hay que pelear por este amor”:
Muchas mujeres, especialmente las casadas, parecen tener instalado, en sus cabezas, el chip de la mártir sangrante. Parecen haber sido entrenadas por sus mamás sufridoras en la idea perversa de que la vida consiste en sufrir. Y si se sufre por un hombre que trapea el piso contigo, tanto mejor porque el verdadero amor ha de ser un vía crucis perfecto. En esa línea (chueca) de pensamiento, se supone que la mujer debe “luchar” contra el destino por su relación, “pelear” contra viento y marea para salvar su matrimonio. Pero luchar y pelear, por si no se han dado cuenta, son justamente lo contrario de amar. Y si ese presunto amor de valsecito criollo –ódiame por piedad, yo te lo pido– solo puede expresarse en ataques e insultos, si ese amor de bolero cantinero es tan torturado, retorcido e inviable, debe ser porque es cualquier cosa menos amor. Cualquier cosa. Pónganle ustedes el nombre que quieran.

“No hay que meterse en problemas de pareja”:
Una trompada en la boca no es una discrepancia. Un mordisco no es un alegato. Un ladrillazo no es un malentendido. Una pelea entre un hombre y una mujer siempre será una pelea desigual y, en consecuencia, cobarde y abusiva. Y lo único que cabe hacer cuando un abuso se comete en tu presencia es intervenir. O sea: meterse. Hay que meterse siempre a defender al más débil. Aquí no hay privacidad que valga. No importa si es tu vecina, tu madre o tu hija la que está siendo víctima de la brutalidad de su pareja. Hay que comprarse el pleito siempre. Hay que detener al agresor, sacarlo al fresco, dejarlo en evidencia, desarmarlo, avergonzarlo, desactivarlo, denunciarlo. Darle la elemental lección que en su casa no le dieron: A una mujer ni con el pétalo de una rosa, imbécil. Cuando la violencia empieza, la intimidad tiene que terminar.

“Es celoso porque me quiere”:
Partamos de una sencilla premisa. Si crees que el primer parroquiano que se cruce en tu camino va a ser capaz de quitarte a tu mujer, eres el rey de los pobrediablos. Si crees que tu novia o esposa va a ser devorada por una jauría de lobos hambrientos a la primera minifalda que se ponga, francamente que eres bien poquita cosa. Por mi trabajo, he escuchado las historias de celos más delirantes. He escuchado a hombres cincuentones que celan a sus señoras con tipos que fueron sus enamorados en el colegio y he escuchado a chicos veinteañeros mandando a sus flacas a cambiarse un pantalón que ellos consideran demasiado apretado. Lo trágico del asunto es que, en ambos casos, esa competencia imaginaria desencadena peleas verdaderas con golpes reales. Y más trágico aun que algunas mujeres vean en ello, la prueba del amor.

“Tiene su genio pero no es malo”:
Antes de convertirse en el símbolo de la lucha contra la violencia hacia las mujeres, Lady Guillén se maquillaba los hematomas, se cubría las huellas de las mordeduras con el cerquillo y se sentaba en los estudios de TV para decir que todo eran inventos de la gente, que su agresor Ronny García jamás la había golpeado, luego de lo cual le aceptaba su propuesta de matrimonio y se ponía el anillo de compromiso. El síndrome de la torturada que se identifica con su verdugo es muy común en las comisarías. Y muchas de las mujeres golpeadas que no llegan al extremo de justificar la conducta de su golpeador pareciera que, por lo menos, lo comprenden: él no es malo, lo que pasa es que pierde los papeles muy rápido, lo que pasa es que, de chico, pasó muchas necesidades en su casa, lo que pasa es que es muy impulsivo, muy apasionado. Estupideces. El abuso no admite ninguna explicación.

“Me critica por mi bien”:
Si le echas demasiado ají a mi comida, te parto el cráneo de un ladrillazo. Si miras a otro hombre, te arranco los ojos con mis propias manos. No son ocurrencias mías, son titulares recientes de la prensa peruana. Ciertos infelices necesitan humillar a sus parejas al extremo para reafirmarse como machos, para sentir que son los que la llevan en la casa. Así, no importa lo que haga la mujer, todo estará mal hecho. Miren, si no, al Guty, la ex estrella, repitiéndole a Alejandra que es una mediocre y una fracasada, mañana, tarde y noche. Y ella creyendo, por supuesto, que esa es, en realidad, una crítica constructiva, que todo lo hace para que progrese, por lo mucho que la ama. Solo bastaba con mirarlos para darse cuenta: Alejandra, con sus dos programas de TV y sus trece tiendas de ropa, siendo juzgada por el Guty, dueño de ningún programa, de ninguna tienda ni de nada.

“Todas las parejas tienen problemas”:
Todos los miopes creemos que el mundo es borroso hasta que un día nos ponemos los anteojos y vemos el mundo por primera vez. Cuando crecemos en una casa en guerra permanente, llegamos a pensar que eso es lo normal. Uno siempre quiere consolarse generalizando, creyendo que la vida de todos es igual a la que a uno le tocó en suerte. Pero no todas las familias viven sacándose los ojos los unos a los otros. No es la regla. No todas las parejas se ladran y se muerden, por si acaso. Allá afuera también hay bastante gente queriéndose, cuidándose y tratando de que todo salga bonito.

PERÚ 21