LA DIGNIDAD DE UNA MUJER NO SE MIDE POR CUANTO USA LA VAGINA


Todos aquellos que tengan prejuicios en contra de las trabajadoras sexuales deberían escuchar hablar a Ángela Villón. “La dignidad de una mujer no se mide por cuánto usa la vagina”, dice extendiendo sus brazos firmes de manos afiladas. Ángela es dueña. ¿Dueña? No todos somos dueños: poseerse es una tarea que dura tiempo, a veces nunca se consigue. Tal vez, ser dueño de uno mismo supone ser auténtico, y en el camino a la autenticidad, tener la certeza de que —aunque te repitan lo contrario— no le estás haciendo daño a nadie. Ángela es prostituta desde los 17 años. Es prostituta y es decente, es madre y es feliz.

Ángela huele a perfume fresco. Se dibuja las cejas con lápiz negro, sus pestañas llevan varias capas de rímel y su rostro —cubierto por polvos del color exacto de su piel— parece suave. Ligeras, pero finalmente arrugas, marcan algunas zonas de su rostro. Sus ojos potentes terminan por ser sinceros. “Siéntate aquí” , me dice.

Me citó en el supermercado Metro, en la esquina de la cuadra 13 de Garzón. Las dos primera entrevistas pactadas tuvieron que ser canceladas. La primera vez, por falta de tiempo de ambas y, la segunda, porque era el lunes después del día de la madre. Por la mañana de ese día, recibí un mensaje suyo: “Beba, sigo borracha celebrando mi día, encontrémonos mañana a la misma hora en el mismo lugar por favor”.

Esto no me fastidió en lo absoluto y he pensado en las razones que causaron que no me haya suscitado ninguna molestia. Recordé haber visto ese mismo domingo, en su perfil de Facebook, una fotografía de un zapato negro de taco abandonado. En el pie de foto se leía: “Sigo celebrando ebria. Gracias por los saludos”.

Mi actitud tiene que ver con la forma en que Ángela se dirige hacia mí: desde el principio con cariño y respeto; es el tipo de personas con las que simplemente te sientes bien. Me gustó que celebrara su día, que se emborrachara y que me lo dijera sin miedo. Ahora que la empiezo a conocer, sé que lo hace porque no tiene vergüenza de que sepan que, llevando la vida a su forma, es feliz.

Cuando llegué me di cuenta que no estaba sola. Al saludarla me presentó a un familiar y amigo, un hombre de cincuenta años que no pronunció palabra durante la entrevista pero que se veía bastante relajado y a gusto. Me senté a su lado, puse la grabadora en marcha y escuché.

Ángela empezó a trabajar como trabajadora sexual a los 17 años. Cree que en esa época era muy ignorante, porque le habían metido muchas cosas en la cabeza. Sus padres y la gente que la rodeaba le dijeron que las mujeres teníamos que actuar de cierta forma.

Para Ángela, somos criadas desde pequeñas con un modelo de lo que debemos ser. Romper con eso, piensa, es lo más difícil e importante.

—A mi me dijeron que yo tenía que ser mujer de un solo hombre, que mi marido iba a ser mi amo, mi dueño; me dijeron que me tenía que deber a él, que por eso tenía que saber cocinar, planchar, lavar.

—¿Tus padres?

—Mis padres, la sociedad… me dijeron que yo no era importante. Antes de tener mis hijos lo más importante debía de ser mi familia, después de tener mis hijos debían ser ellos y, si me casaba, lo más importante debía ser mi marido.

—¿Y tú?

—Y yo, yo siempre iba a ser la última rueda del coche. Así me criaron. Yo fui criada para hacer feliz al resto. Antes, en mi cabeza no entraba que yo tenía que ser la protagonista de mi vida si quería ser feliz.

—¿Y ahora?

—Ahora vivo como quiero vivir pero, para eso tuvo que pasar tiempo, tuvo que pasar tiempo para que yo entienda que, para dar lo mejor de mí al resto, primero tengo que amarme a mi misma.

Le cambió la vida cuando entró al mundo de la prostitución, porque encontró muchas “mujeres osadas”, que no dudaron en decirle las cosas en la cara. Para Ángela, una mujer empoderada no tiene miedo, porque sabe que el hecho de que cobre o no por tener sexo es irrelevante.
—Cuando entré en la prostitución, encontré a otras prostitutas que me decían: “¿Qué te pasa?, ¿qué tienes?, ¿por qué lloras? Tú no eres ninguna víctima, tú estás acá porque quieres”.

Es clave entender que para ella y otras trabajadoras sexuales, no se es prostituta por obligación: ellas ofrecen sus servicios porque quieren hacerlo. Punto.

—Cuando empecé, las demás me decían “Ahora estás ganando tu plata, cómprate ropa”. Y, antes era todo mis hijos, siempre mis hijos. Yo no me compraba nada de marca, nada bueno, mis lápices eran esos que duraban 24 horas y costaban un sol. Para mí, yo no me merecía una crema desmaquillante de buena calidad, tenía que ser vaselina, porque mis hijos eran primero.

—Entonces, ¿ellas te ayudaron a liberarte de todo aquello que te habían impuesto de pequeña?

—La convivencia con prostitutas me permitió liberarme de lo que los demás querían que sea.

Ángela nunca pudo lograr que su padre, Ángel Villón, entendiera y respetara lo que hace para ganarse la vida; sin embargo, la relación entre ambos fue mala desde antes. Él, que era sumamente conservador e inseguro, desquitaba todas sus frustraciones personales en ella: la golpeaba, le “metía miedo”, le destruía la autoestima con palabras llenas de odio. No la dejaba opinar y mucho menos salir a la calle, lo que impedía que ella pudiera desarrollarse, no solo como mujer, sino también como un ser humano. En su modo de ver las cosas, su hija no era más que una niña que debía responder a las órdenes y deseos de los demás.

Para Leonardo, el menor hijo de Ángela, estas actitudes responden a la inseguridad que siempre habitó a su abuelo.

—Supongo que como él era un hombre tan inseguro se sentía mejor controlando a los demás, sometiendo psicológicamente a mi mamá. Ella se rebeló y fue la decisión correcta porque alguien que vive sometido de esa forma o se rebela o se muere ahí y ella se fue y una vez en la calle se topó con el trabajo sexual.

—¿Y contigo, cómo fue tu abuelo?

—Eso es raro, porque mi abuelo siempre fue bueno conmigo, a diferencia de con sus hijos que fue una basura, sobre todo con mi mamá. Y esto es algo que me ha sorprendido mucho porque ella nunca impidió que fuera cercano a mí, sabes, aunque con ella haya sido tan malo. Yo respeto a mi mamá porque me dejó ser cercano a mi abuelo a pesar de que él le hizo tanto daño.

—¿Nunca hubo un avance, por más pequeño que fuese, en su modo de pensar?

—Nunca, absolutamente nada. Estos pensamientos retrógradas y conservadores mi abuelo los tiene bien metidas y hoy es un hombre inseguro y demacrado. En el fondo lo veo arrepentido, amargado y triste y sé que esas ideas tan machistas que ha conservado; esa disciplina del miedo lo ha convertido en alguien muy infeliz.

La madre de Ángela sufrió mucho por las actitudes de su esposo. Cuando Leonardo era niño, su abuela tenía que mentir y escapar de la casa de su esposo para ir a visitar a su hija. Tenía absolutamente prohibido verla.

A Ángela, como a la mayoría de mujeres en nuestro país, la criaron pensando que el sexo es cochino, asqueroso; que no se debe tener “intimidad” en la primera cita porque sino el chico no te tomara en serio, que no debes tener sexo con más de uno porque sino te van a decir que eres puta —y ningún hombre se va a enamorar de una puta—, que una mujer que cobra por sexo es una delincuente, es inferior, que es amoral, que no es decente. Por desgracia, en el Perú, el valor de las mujeres se mide por cuánto se usa la vagina. Ángela tiene razón.

Tiene razón en algo más: siempre se trata de lo que quiere él, de lo que quiere la familia de él, de lo que quiere la familia de ella, de lo que quiere gente que no tiene ni tendrá nunca nada que ver en tu felicidad pero que, por alguna razón, tiene injerencia en la forma en la que tomas decisiones que involucran la plena vivencia de tu sexualidad.

Cuando un policía detiene a una prostituta que ofrece sus servicios —por ejemplo, dentro de un hostal en algún lugar recóndito de un Cono de Lima— y los medios graban la noticia, la mujer siempre se cubre el rostro. Ser puta es malo. Ser puta es malo. Ser puta es malo, repite y repite la sociedad como disco rayado.

Estas mujeres se cubren el rostro porque no quieren ser identificadas como trabajadoras sexuales, porque las prostitutas están mal vistas; se piensa que son sucias. Existen muchos estigmas hacia ellas, toneladas de prejuicios y sobretodo mucho juzgamiento.

—Adriana, tú no tienes idea las cosas que nos hacen, no tienes la menor idea.

—Quiero que me cuentes.

—Nos ponen hisopos con electricidad en la vagina. Nos violan. Nos meten el puño por el ano.

Para la policía está bien hacer todo esto; creen que es válido violar a una mujer que es prostituta. Es muy probable que estos sujetos nunca piensen en hacerle daño a una mujer que no lo sea, no se atreverían; abusan de ellas porque son putas, porque creen que porque trabajan con su cuerpo cualquiera tiene derecho sobre él, y no es así.

Luego de ser ultrajadas, las trabajadoras sexuales nunca más vuelven a ser las mismas. Son mujeres como yo, como mi madre, como mi vecina. No son seres extraños, mientras sean mujeres no pueden ser ajenas a mí. Nuestra sociedad ha deshumanizado a las putas, las ha colocado en un rango inferior al de las demás personas, que muchas veces está incluso por debajo del status de un delincuente.


Cuando la policía “captura” a una prostituta, ella se cubre el rostro; la gran mayoría de veces, lo hace con sábanas. Se tapan la cara como si fueran delincuentes, no lo son. La policía les jala las sábanas para que sus rostros salgan en televisión. ¿Qué pasa luego? Las familias de las mujeres son acosadas por la gente. Hubo casos en los que los hijos de las prostitutas se suicidaron ante el acoso de los vecinos.

¿A quién le interesa esto? A nadie, porque son putas. La represión hacia ellas es cruel, es más cruel que otras injusticias porque queda impune. De vez en cuando nos indignamos frente a la impunidad. Creemos —o fingimos creer— que nos perturba de sobremanera que no se imparta justicia. Conversar con Ángela me hace preguntarme: ¿Dónde hemos estado todos cuando la Policía ha hecho esto? ¿Por qué no nos ha importado? ¿Por qué no hemos movido un dedo cada vez que una mujer —sea cual sea su oficio—ha sido maltratada y violentada? ¿Por qué hemos permitido que se asesine la vida de personas que no son distintas a nosotros? La policía ha hecho de las leyes un instrumento para la extorsión y el maltrato de mujeres que no se merecen nada de lo que les sucede y nosotros hemos lo hemos permitido.

Ángela es prostituta y siempre se dirigió con propiedad dentro de la industria del sexo. Cree que leer la ayudó mucho a actuar de la manera correcta. Hubo un tiempo en el que utilizaba un alias, como muchas otras mujeres que tienen el mismo oficio; sin embargo, “cuando se empoderó en sus derechos” dejó de llamarse Jenifer Rodríguez, para pasar a ir por la vida usando su propio nombre.

—El día en que yo tomé esa decisión fue porque me di cuenta que no tenía por qué avergonzarme de nada. Supe al fin que lo que estaba haciendo no estaba mal, porque no le estaba haciendo daño a nadie.

—Ángela Villón

—Soy Ángela Villón, soy prostituta y no soy ninguna delincuente.

Desde ese día, todos la conocieron por su verdadero nombre y se ganó el respeto y admiración de sus compañeras. Cree que es necesario que todos sepamos que no todas las mujeres que ejercen como trabajadoras sexuales son obligadas, o que están inmersas en una mafia de explotación sexual. Reconoce que esas mafias existen y que deben ser eliminadas, pero repite que no debe existir un discurso victimizante, porque las personas deben entender que las trabajadores sexuales son quienes deciden tomar ese oficio.

—Yo siento orgullo cuando veo a una mujer empoderada llamando a un cliente, ofreciendo sus servicios feliz, porque sé que no se trata de una víctima. Las mujeres prostitutas no somos víctimas, a algunas nos gusta ese estilo de vida.

Ángela es una mujer sumamente lúcida e inteligente: su madurez y libertad se reflejan cuando habla y expone sus creencias, sus pasiones, cuando cuenta llena de pasión y valentía sus sueños por la libertad y defensa de las mujeres, de todas.

—No interesa si pasaste por muchos hombres antes de encontrar la estabilidad. No interesa si tuviste tres o cuatro relaciones, si tal vez tuviste hijos de diferentes padres; eso no te desvaloriza. Debemos entender que la dignidad de la mujer no se mide de esa forma.

—Nuestra sociedad tiene una mentalidad muy retrógrada.

—Si, y es que esa gente retrógrada tiene que entender eso, que la dignidad de una mujer no es inversamente proporcional al número de hombres con los que se acuesta. Con mi candidatura hemos logrado descuajarles el cerebro a muchas personas; mi participación ha servido para que la gente piense, algunos, al menos.

Ejercer el derecho al placer es importante para el desarrollo pleno de cualquier mujer. La sociedad nos impone el modo en que debemos comportarnos y, es verdad que no somos libres, no aún.

—Yo para muchos soy la osada, la escandalosa, soy la perversa que va a corromper solamente porque ejerzo mis derechos sexuales, mis derechos sobre mi cuerpo, sobre mi vida y soy la que toma mis propias decisiones.

—¿Qué les dices a estas personas?

—Que yo soy consciente que no le estoy haciendo daño a nadie. Más importante todavía, no me estoy haciendo daño a mí misma, porque es mi estilo de vida y me siento feliz… me sentiría infeliz tratando de responder o ajustarme a esos moldes que me quiere imponer la sociedad. Moldes que quieren ser impuestos para que algunos se sientan tranquilos sin que importe la tranquilidad de las personas que necesitan libertad. Y no es una cuestión de egoísmo, es una cuestión de quererse a uno mismo. Lo que hago de alguna forma hace pensar a la gente, que hay que tener respeto, porque el día que la sociedad respete a las prostitutas, va a ser más fácil que respete a todas las mujeres.


En el año 1999, un alférez detuvo a Ángela Villón. Ella describe el suceso como “un episodio grave”. Lo cierto es que la agredieron física y psicológicamente. Este suceso la marcó tanto que la impulsó a tomar -tres años más tarde- la decisión de organizarse y formar una organización junto con varias trabajadoras sexuales que llamaría “Mi lucha, mi dignidad”, lucha que la llevó a postular al congreso por el Frente Amplio en las últimas elecciones.

Ángela tiene la certeza de que los abusos y la vulneración de los derechos de las prostitutas dejarán de ocurrir solo si hay alguien que impulse leyes desde el congreso. A principios de los 90, creía que el camino correcto era dialogar con los principales dirigentes políticos; que entendieran sus propuestas y que se comprometieran a ayudarla. Tomó ese camino pero fracasó, porque cada vez que entraba un gobierno diferente anulaban los esfuerzos conseguidos durante el anterior. Es por esto que decidió prepararse y empezar a hacer incidencia política.

Quiere ir a la universidad, porque sabe que le faltan conocimientos para hacer todo lo que quiere. En los últimos años, se ha dedicado a convocar a gente preparada que las ayude a capacitarse. “Era necesario identificar nuestros problemas y, a partir de ahí, generar propuestas de función que formen parte de un discurso que nos represente a todas”, dice.

Cuando empezaron, creyeron que el primer paso era crear un libro de padrón de asociados, que no resultó porque se convirtió en un manual de oro para la policía: todos querían saber quiénes eran las prostitutas y las demás afiliadas a la organización para poder amedrentarlas. Ahora, tienen congresos nacionales y actas en los que solo firman las presidentas, para evitar el acoso de las autoridades policiales. Son 21 las asociaciones de trabajadoras sexuales a nivel nacional.

Ángela quiere ser congresista porque se cansó de estar rogando, de andar tocando puertas que la gran mayoría de veces ni si quiera se abren; nadie quiere tener algo que ver con una prostituta. Qué difícil debe ser pasar toda tu vida exigiendo lo que en el fondo te corresponde, pienso mientras veo como abre los ojos cada vez que cuenta algo que la inquieta. “Tenemos derechos como cualquier ciudadano porque al ser trabajadora sexual igual eres una ciudadana como todos”.

Decidió postularse al congreso con el lema “La puta decente” porque cayó en cuenta de que el activismo que realizaban no era suficiente para lograr sus objetivos. Para ella, las putas tienen que ser autoridad, porque se tiene que hablar “de esas cosas”, de todo lo que tiene que ver con la libertad sexual de una mujer.

Gran parte de la violencia hacia las mujeres tiene que ver con su libertad sexual. “Si usas un escote o una minifalda te quieren violentar. Una mujer debe poder tener relaciones sexuales cuando ella quiera, con quien quiera y en el contexto que quiera. El que cobres o no por esto es totalmente irrelevante”, dice.

Luego de anunciar su candidatura al congreso, mucha gente se burló de ella. No solo se burlaron, también la atacaron. Para Ángela, no fueron agravios solo hacia ella, sino hacia todas las mujeres que comparten su oficio: ella simplemente fue la escogida para dar la cara. “Yo he sido la que recibió todos los ataques, pero a la vez la gran satisfacción de haber obtenido 10 017 votos. De alguna forma estoy feliz porque se marcó un precedente”, cuenta.


El Frente Amplio, partido de izquierda liderado por la ex candidata a la presidencia, Verónika Mendoza, fue el que les facilitó la candidatura. Hace varios años, un grupo de trabajadoras empezó a militar en Tierra y Libertad. Desde ese momento, empezó la lucha y el proceso interno que tuvieron que seguir para lograr tener el número 19 por Lima. Al principio, varios integrantes del Frente Amplio no entendían por qué una prostituta tenía que ser candidata pero, según Ángela, en el camino se fueron dando cuenta y las apoyaron más que al inicio.

—No te voy a mentir… no todo fue lindo; dos personas renunciaron al frente por nuestra presencia, pero la gran mayoría marcó la pauta. El Frente Amplio es un partido que no discrimina, que no excluye, es un partido de mente amplia y abierta, que lleva en agenda el tema de la igualdad de las personas sea cual sea su orientación sexual u oficio.

Ángela tiene cuatro hijos. Dos de ellos viven en el extranjero y los menores acá, en Lima. Yo, como otros que se interesaron por su vida a raíz de su candidatura, sienten curiosidad por saber cómo es su relación con ellos. Todos crecieron dentro del activismo, junto con “las chicas”, porque las reuniones eran siempre en casa de Ángela. En ellas, hacían foros, actividades, conferencias y debates. Sus hijos siempre estuvieron al tanto de todo. Las escuchaban y, con el tiempo, entendieron que los prejuicios y la discriminación se pueden combatir con argumentos.

Es así que aprendieron a defenderse, pues no faltó quien les dijera: “¿Qué se siente ser el hijo de la más grande prostituta del Perú?” Orgullo, respondieron todos. ¿Orgullo? Si, porque su madre, Ángela, trabajó siempre para sacarlos adelante: el oficio a través del cual lo hizo es irrelevante.

—Cuando le preguntan qué se siente ser el hijo de Ángela Villón, mi hijo menor, Leonardo responde que “bacán”, que es su trabajo y que lo que más le gusta de todo es que yo sea feliz. Él es fresco como una lechuga. Mis hijos mayores crecieron en una época más hostil a la de ahora, por eso fueron más atacados, en cambio el más joven estudió en un colegio laico. Todos ahí sabían quién era yo, pero siempre trataron con respeto a mi hijo.

El botecito. 30 soles por veinte minutos. La prostitución debe ser regulada, no prohibida, pues este oficio no supone una degradación: todos queremos tener sexo. Todos. Si queremos pagar por ello o no es un factor secundario.

Prohibir el trabajo sexual, claro está, nunca ha tenido éxito y penalizarlo, en realidad, solo acarrea marginalidad e indefensión de las mujeres y hombres que la practican, pues facilita que puedan llegar a ser explotados.

Ángela es prostituta y esto nunca ha sido ni será una aberración.

ENTREVISTA PUBLICADA POR ALTAVOZ