Balance del nacionalismo


Si algún rasgo resume el gobierno nacionalista del presidente Ollanta Humala, es aquel de la mediocridad. Veamos estos cinco años desde distintos puntos de vista.

En el plano político, este quinquenio fue de permanente confrontación y, por ende, de sostenidos riesgos democráticos e institucionales. Desde aquella juramentación en julio del 2011, cuando se comprometió a gobernar bajo los ideales de la Constitución de 1979, hasta el último golpe a la prensa (la inadmisible denuncia contra Rosana Cueva y el equipo de Panorama), la lógica del Sr. Humala y su esposa, la Sra. Heredia, fue bajo los cánones de la confrontación.

En política, confrontar sirve para llegar al poder y, ciertamente, para permanecer en él. Pero es una herramienta, no un túnel que se transita sin miramientos o condiciones. Menos aun en una democracia. La pareja presidencial demostró en su andar inexperiencia, pero también irresponsabilidad y rasgos autoritarios. En este punto, jalados si se trata de hacer balances.

En lo económico, qué podemos decir más allá de las cifras: recibieron una economía creciendo al 7%, gracias a un portafolio de inversiones privadas, reduciendo entre 2 y 3 puntos de pobreza por año; las cuentas fiscales balanceadas, el tipo de cambio estable y la inflación dentro de sus expectativas. ¿Qué dejan? Bueno, una economía creciendo al 2%-3%, un portafolio de inversiones estancado y la pobreza cayendo 1 punto por año. Las cuentas fiscales deficitarias, la balanza comercial en rojo, el tipo de cambio saltó y la inflación rompió las barreras establecidas.

¿Había otra ruta? ¡Por supuesto! Sí, todos sabemos que cambió el contexto internacional, pero el gobierno tuvo en sus manos distintos salvavidas a los cuales echar mano. No lo hicieron. Parte por taras ideológicas (suyas y de sus principales consejeros), parte porque sus preocupaciones estaban en otros planos: jugar a la politiquería y, me temo, lo que se encuentra detrás de distintas denuncias fiscales y mediáticas: corrupción. Ya lo hemos dicho antes: según el Banco Mundial, este es el gobierno más corrupto de los últimos 20 años.

En lo institucional, este gobierno fue un desastre. Los intentos de la primera dama por establecerse como la figura central del poder gubernamental tuvieron frutos: para la gran mayoría de la población, ella gobernó durante los cinco años. El problema es que nadie la eligió para eso. De paso, se llevó como un torbellino a la presidencia del Consejo de Ministros, a los ministros y a todas las instituciones que le fuesen necesarias. La figura del premier, antes clave en la ecuación política peruana, se convirtió en un secretario, un portapliegos. Y hasta el último día (de nuevo, el caso Panorama).

La culpa la tiene, ante todo, el presidente Humala, pero también distintas figuras mediáticas y empresariales que les dieron vuelo a los sueños y deseos de la Sra. Heredia. Es penoso recordar cuánto la adulaban, comparándola con Cleopatra y haciéndole creer que era una suerte –en el fondo– que ella manejara los hilos del poder. Hoy, los resultados demuestran lo equivocados que estaban.

En el plano de la democracia y las reivindicaciones liberales y sociales, pues tampoco hay mucho que aplaudir. El gobierno utilizó los aparatos de inteligencia como le dio la gana, utilizó el gasto publicitario y otras dádivas para tener contentos a medios, periodistas y colaboradores (quienes, por cierto, fueron muy funcionales a las estrategias de Palacio), acosaron a los medios incómodos, se mantuvieron al margen de la lucha de las minorías; en fin, un retroceso lamentable. Al final, Humala se despide con un balance negativo en el campo democrático y de las luchas sociales, espacio que sus promotores al menos albergaban con esperanza.

En lo social, hubo avances y retrocesos. En salud, no hay muchas cosas positivas y sí algunas negativas (como el retroceso en desnutrición infantil); en educación, los primeros años fueron un desastre y los posteriores aún son una promesa. Sí, mejores gestores, pero sin resultados concretos en calidad educativa. El desarrollo de tantos programas sociales le servirá al nacionalismo como herramienta política, pero no fue determinante en la lucha contra la pobreza. El modelo “incluir para crecer” tuvo el efecto contrario: crecimos menos e incluimos menos.

La popularidad de la pareja presidencial es un balance general de los ciudadanos. La bajísima aprobación (17% el mandatario, 9% la primera dama) es una muestra del pobre desempeño de este gobierno ante las demandas y necesidades de la población.

Como dije antes, la mediocridad del gobierno es notoria. Ojalá el gobierno entrante sepa leer las claves detrás del buen gobierno y la percepción ciudadana.

Por Juan José Garrido

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