PERÚ, MI PAÍS HOMOSEXUAL



"Nuestra literatura está "contaminada" de la bella flor de la homosexualidad desde hace mucho".

Se suele decir que solamente en dos campos hemos resaltado históricamente los peruanos –sea cual sea la definición que usemos de “los peruanos”. Por un lado, la gastronomía (Gastón Acurio a la cabeza). Por otro lado, la poesía. Así se construye nuestra identidad. Gastronomía, y poesía. Y si esto último es cierto –y lo es, le informo que somos un país homosexual. Tremendamente.

Pienso que muchos escritores peruanos –narradores, pero en especial poetas- caminaron por esas sendas de la marginalidad, del rechazo, pero también por esa libertad y ternura que la clandestinidad y que el secreto (aunque sea un secreto a voces) de la homosexualidad otorgan. Pienso todo esto mucho últimamente. Lo pienso, también –imposible no pensarlo- en referencia a las actuales luchas por el matrimonio homosexual.

Lo pienso cuando preguntan por qué luchar, si es que existen temas más importantes, luchas más valiosas, y entonces pienso mucho en César Moro y ese amor inabarcable por Antonio. ANTONIO es Dios. ANTONIO es el Sol. ANTONIO puede destruir el mundo en un instante. ANTONIO hace caer la lluvia. ANTONIO puede hacer oscuro el día o luminosa la noche. ANTONIO es el origen de la Vía Láctea.

Pienso mucho en Juan Gonzalo Rose, discutiendo a gritos con su novio en los bares del Centro de Lima, y finalmente muerto de melancolía, declarando que nunca había conocido “lo que era la verdadera felicidad”. Pienso en Luis Hernández, jugueteando con hombres en la playa, coqueterías con las que su novia –la formal- se distraía. Pienso en Valdelomar, un dandi y homosexual a ratos. Pienso mucho en Martín Adán, siendo visitado por otro poeta gay, Allen Ginsberg. Pienso mucho en María Emilia Cornejo, en “La muchacha mala de la historia”. Pienso en Violeta Barrientos, siempre.

Pienso mucho también en Jorge Eduardo Eielson. En el Jorge Eduardo enamorado de Michele Mulas, a quien llamó en un poema el rey de Gardalis. Pienso en ambos artistas viviendo solamente de amor y mar. Pienso en los versos de Eielson y en su amor infinito. Derrotado después de la muerte de su amante, Eielson empezó también su propio camino hacia la muerte.

Es cierto, peruanos y peruanas. Nuestra literatura está "contaminada" de la bella flor de la homosexualidad desde hace mucho. Somos un país muy marica, muy homosexual en su literatura, a pesar de ser, en paralelo, profundamente machista y homofóbico. Y otra vez, pienso mucho en Eielson, que se fue del Perú porque aquí no podía vivir como él quería. O en sus amigos limeños, cucufatos, que decía que su amor no era carnal, sino espiritual. Todavía seguimos siendo esos limeños cucufatos. Seguimos siendo esos "amigos".

Durante la marcha celebrada el sábado pasado, a favor de la igualdad y del matrimonio igualitario, una amiga me recordaba algo: seguimos siendo gente feliz. A pesar de todo, seguimos felices, marchando, cansados a veces, pero con una sonrisa. Hay mucho amor para dar, contra todo y contra todos. A ese amor y a esas luchas, los últimos versos de esta columna, versos de Jorge Eduardo a Michele: “No hay lucero que no brille en mi cabeza, pero también en un charco de agua sucia. Las viejas ramas del olivo se confunden fácilmente con mis huesos y no hay sabor más perfecto que el milagro encerrado en una gota de agua. Todo es redondo y perfumado y hasta mi propio cuerpo es una jungla donde el amor es como la lluvia...”.

Matheus Calderón

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