Por: Eduardo Castillo Claudett
Al igual que mi gran amigo, el ex fiscal Pedro Angulo Arana, desde hace un tiempo ando preocupado por el avance del sicariato en el Perú, más aún luego del asesinato de la secretaria judicial Doris Ruiz Salazar a manos de sicarios. A través del facebook, Pedro ha venido dando cuenta desde hace semanas de diversos casos de asesinatos a manos de sicarios que se producen en el norte, especialmente en la ciudad de Trujillo, casos que parecen volverse cada vez más descarados y espeluznantes, como sabiendo que no hay aún una fórmula para hacerle frente a este problema desde el Estado.
Al igual que mi gran amigo, el ex fiscal Pedro Angulo Arana, desde hace un tiempo ando preocupado por el avance del sicariato en el Perú, más aún luego del asesinato de la secretaria judicial Doris Ruiz Salazar a manos de sicarios. A través del facebook, Pedro ha venido dando cuenta desde hace semanas de diversos casos de asesinatos a manos de sicarios que se producen en el norte, especialmente en la ciudad de Trujillo, casos que parecen volverse cada vez más descarados y espeluznantes, como sabiendo que no hay aún una fórmula para hacerle frente a este problema desde el Estado.
Lo cierto es que, a pesar de que el sicariato se está
convirtiendo en un tema casi cotidiano en las páginas policiales de los
diarios, no parece existir una estrategia clara para (siquiera) controlar esta
modalidad delictiva, a pesar de que éste genera un aumento tremendo en las
cifras de la violencia. Por ejemplo, no conozco (salvo error propio) que se
haya creado una Unidad Especializada para investigar o hacer un seguimiento de este
fenómeno en la Policía Nacional o el Ministerio Público; tampoco tengo
conocimiento de que alguna ONG u otra entidad de la sociedad civil se esté
ocupando del tema. Finalmente, que sepa no hay ningún proyecto de ley que
busque penalizar de manera específica el asesinato por encargo. Todo ello hace
que nos encontremos huérfanos de ideas, haciéndonos por ello potenciales
víctimas de esta forma de delito.
Frente a ello, y tomando en cuenta los también escasos
estudios hechos en otros países cercanos, como Colombia y Ecuador (ver un breve
listado al final de este artículo), me animo a abrir un debate sobre el tema,
proponiendo para ello algunas hipótesis iniciales que (creo) deben ser
consideradas para entender cómo se está desarrollando el sicariato en nuestro
país, hipótesis que (valga aclarar) aún deben ser materia de comprobación, pero
que responden a los casos que se vienen registrando en las últimas semanas:
Hipótesis 1: Al igual que la prostitución implica un mercado
del sexo que involucra no solo a las mujeres víctimas sino también a proxenetas
y clientes, el sicariato implica un mercado de la muerte en el que debe
incluirse no solo al sicario sino a los contratantes de éste; en otras
palabras, para hacer un análisis de la manera en que crece el sicariato como
oferta, es necesario analizar también por qué y cómo viene creciendo la demanda de sicarios.
Hipótesis 2: en tal sentido, si revisamos los casos que van
registrando los diarios, podemos apreciar que los principales clientes del
sicariato –por lo menos en el norte del país- son las bandas de extorsionadores
que buscan controlar la economía de dicha región. De esta manera, el sicariato
parece crecer como un mecanismo dirigido a consolidar las diversas formas de
extorsión mostrando las consecuencias de no acatar los códigos de silencio que
aplican estas bandas a sus víctimas. Adicionalmente, el sicariato estaría
siendo usado en las pugnas que pueden darse entre bandas de extorsionadores por
el control de territorios y negocios.
Hipótesis 3: Si bien la presencia del sicariato se ha hecho
más visible en el último año, parece claro que esta es una modalidad que ha
viene germinando desde tiempo atrás. Si consideramos que el sicariato tiene su
lugar de nacimiento en Colombia, no parece raro pensar por tanto que hayan sido
las mafias colombianas del narcotráfico las que trajeron consigo este mecanismo
de muerte. Sin embargo, parece también cierto que fueron las mafias mexicanas
las que utilizaron con mayor asiduidad al sicariato para poder asentarse en el país,
ya que los primeros registros de muertes a manos de sicarios, en años
recientes, fueron precisamente de personas vinculadas al narcotráfico mexicano.
Hipótesis 4: Si las hipótesis anteriores tienen algo de validez, parece claro entonces que cualquier comprensión del sicariato en la actualidad requiere de analizar los vínculos que parecen existir entre los carteles mexicanos del narcotráfico, las bandas de extorsionadores y los grupos de sicarios que se vienen reproduciendo en el norte del país, y cuyo influjo parece llegar cada vez con mayor fuerza a la capital. La pregunta en todo caso es si dicha fórmula se mantiene aquí, o si existen otros actores que también estarían alimentando al sicariato.
Hipótesis 5: Al respecto, los casos que vienen registrando los diarios muestran que la demanda del sicariato se está ampliando de manera preocupante, de manera tal que el sicariato está pasando de ser un mecanismo de control de una organización delictiva para convertirse en una modalidad para resolver de manera violenta diferentes tipos de conflicto, conflictos que pueden incluir problemas conyugales, luchas entre mafias sindicales y de construcción civil, e incluso procesos judiciales. Ello gracias a la existencia (por comprobar) de mecanismos que ofertan este mecanismo de manera virtual –como se ha registrado también en Ecuador- y a precios “accesibles” a diferentes públicos.
Hipótesis 6: Finalmente, no debe dejar de considerarse que el crecimiento del sicariato responde también a la falta de control que ha existido en el mercado ilegal de armas en el país, descontrol que –como se sabe- también facilita el acceso de armas a otras organizaciones delictivas. Por tanto, hasta que el Estado no se ponga los pantalones en este tema –más aún si parte de este mercado ilegal es alimentado por personal corrupto de la Policía Nacional o de las Fuerzas Armadas- lo cierto es que el sicariato y otras modalidades delictivas tendrán las herramientas necesarias para asegurar la muerte y la violencia en nuestras ciudades.
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