Reflexión por el Día de la Bandera Peruana


Estamos a pocas horas de que finalice el 7 de junio, Día de la Bandera Peruana, una fecha en la que se rinde homenaje a nuestro símbolo patrio mediante desfiles escolares y ceremonias castrenses o institucionales. Sin embargo, estas actividades suelen ser parte de un protocolo frío, carente de la pasión que, por ejemplo, le imprime un estadounidense, un argentino o incluso un chileno a su emblema nacional.

Siempre me ha llamado la atención cómo el ciudadano estadounidense promedio, tanto en ciudades cosmopolitas como Nueva York o Los Ángeles, como en zonas rurales, exhibe con orgullo su bandera. La “barra y las estrellas” flamea en porches, autos, festivales y películas. El estadounidense la muestra con fervor y convicción. En contraste, el peruano muchas veces coloca la bandera en su vivienda solo por obligación o para evitar una multa. A veces pareciera que sentimos vergüenza de nuestra bandera.

Por eso valoro profundamente el gesto heroico de Alfonso Ugarte, quien se lanzó al abismo para evitar que nuestra bandera cayera en manos del enemigo. También el coraje de Bolognesi y los demás héroes de Arica. Actos así parecen cada vez más lejanos en estas nuevas generaciones de peruanos edulcorados, que ya no vibran con los símbolos patrios.

Otro ejemplo es el argentino. Luce su bandera en todo el mundo y, en voz alta, entona cánticos que exaltan el amor por su patria. Su nacionalismo, evidente en el cine, el deporte y la música, es a veces contagiante. Me limito a mencionar estos dos casos —el estadounidense y el argentino— como punto de comparación y reflexión: ¿qué nos falta para recuperar ese amor por nuestro país y por nuestros símbolos?

Tal vez la respuesta esté en nuestra historia. Hemos perdido muchas guerras, no destacamos en el fútbol, no somos potencia tecnológica ni cultural. Quizás nos persigue un complejo de inferioridad heredado desde la época colonial. Y aunque hoy ostentamos logros como ser reconocidos en la gastronomía, tener una de las monedas más sólidas del continente o pequeños avances en lo industrial e intelectual, sentimos que no es suficiente.

Pero sí debería bastar con reconocer la lucha diaria del ciudadano común por sobrevivir en un país difícil, enfrentando desafíos internos más que externos. Debería bastar con saber que aún podemos construir un Perú mejor, si dejamos atrás la amargura de lo que no fuimos y comenzamos a trabajar con más inteligencia que fuerza, mirando hacia lo que podemos llegar a ser.

Aunque nuestra élite dirigente siga actuando como sierva de intereses foráneos, hay una patria posible si recuperamos el amor por ella y por lo que representa su bandera.

Feliz Día de la Bandera Peruana.

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