El Viernes Santo se conmemora la traición de sus propios congéneres y discípulos, su atroz tortura, el famoso "lavado de manos" —tan vigente aún— representado por Poncio Pilatos, el maquiavelismo de Caifás, la traición de Judas y la manipulación de un pueblo, una masa ignorante que, lamentablemente, sigue existiendo. Y estoy convencido de que si la historia se repitiera, volveríamos a escuchar el mismo grito: “¡Liberen a Barrabás!”.
Más allá de los dogmas impuestos por la fe católica, el Viernes Santo recuerda el sacrificio de un ser humano. Para la Iglesia, es el día de la muerte de Cristo, un día de ayuno, penitencia y luto. No se celebran misas, no se comen carnes rojas ni blancas, no se consagran hostias ni se administran sacramentos, salvo la reconciliación y la unción de los enfermos. Sin embargo, hoy este día se ha vaciado de su significado espiritual y, en muchos casos, se ha transformado en una jornada de excesos, borracheras y comportamientos paganos.
Más allá de esas elecciones personales, no debemos olvidar que lo narrado en la Biblia es también un retrato de lo que sigue ocurriendo hoy: las personas buenas son atacadas, difamadas y destruidas. En un mundo donde el dinero es el nuevo dios, y el camino para obtenerlo suele ser pisotear a los demás sin el menor remordimiento o formar parte de alguna organización criminal, no hay espacio para quienes defienden el respeto al prójimo, para los que buscan justicia, para los que desean actuar con corrección ni para los verdaderos humanistas.
Jesús de Nazareth, según la leyenda bíblica, fue el Hijo de Dios que se sacrificó en la cruz para redimir a la humanidad. Pero si hoy, en 2025, volviera a nacer, estoy convencido de que lo volveríamos a crucificar. Porque está en nuestra naturaleza seguir siendo, por defecto, eternos pecadores.
Ronald Ormeño
#PrensaAlDia
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