El viernes, como acostumbro, fui a visitar a mi padre. Lo encontré reflexivo, quizá porque esa tarde habían trasladado allí a Ollanta Humala. Cuando salía yo, luego de despedirme, recordé el primer día de mi padre en prisión, momento que nunca podré olvidar. Y pensé en Humala. Nadie sabe lo que es la primera noche en la cárcel. Volví entonces sobre mis pasos y pedí verlo.
Toqué la puerta de la celda de Ollanta Humala. Estaba con su abogado, los dos solos repasando seguramente opciones judiciales. Encontré a un ser humano quizá en su hora más difícil. Pensé en sus hijos.
“Vengo como hijo, señor presidente, no como congresista. Le traigo algo de agua”, alcancé a decirle antes de que se pusiera de pie sorprendido, incrédulo. Cuando se recuperó, me miró a los ojos y me estrechó la mano agradecido.
Regresé entonces donde mi padre. “¿Todavía acá, Kenji, qué pasa?”. Le conté de donde venía. “No tiene nada de nada, ni toalla”, le dije. Mi papá se quedó pensativo un momento. Al salir de su ensimismamiento, comentó: “Apóyalo en lo que necesita”.
Acto seguido, sacó unas viandas y preparó él mismo unos panes con queso. “Llévale esto”, me dijo. Antes de salir, le conté: “Me dijo que hace mucho frío. Y de noche es peor”, agregué. “Ah, entonces llévale esta frazada y este sacón para que se abrigue”. Y antes de salir yo, todavía añadió: “pero Kenji, aféitate primero. No puedes ir así. Es un ex presidente”. Sonreí, lo hice y partí con mi carga.
Le ofrecí llevarle libros: hablamos de El Príncipe y las anotaciones de Napoleón, de “El imperio eres tú” de Javier Moro, de los libros de Santiago Posteguillo y de las novelas de Ken Follet. Sobre todo hablamos de reconciliación, de los Aliados con Alemania y Japón en la posguerra, de mirar al futuro con otros ojos.
No hay que hacer leña del árbol caído. Quizá ha llegado el momento de construir los puentes. Hablaré con quien sea necesario.
KENJI FUJIMORI
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