A su favor, el candidato de Acción Popular tiene algunos méritos. Es articulado en sus respuestas sin la impostación de un media training y tiene una visión clara del país, desde una mirada socialdemócrata. Su discurso apuesta a un elector huérfano: un centro que mira con desconfianza a los cinco de arriba y que no apostaría por Verónika Mendoza. Puede, sin dejar de ser confiable para el empresariado, hablar de renegociación de contratos de gas con Jaime de Althaus y hacerlo en forma solvente.
Pesa, además, el hecho de que postula por una marca conocida y sin anticuerpos. Si bien los dos gobiernos de Fernando Belaúnde son evaluados con severidad por historiadores contemporáneos, la imagen de demócratas honestos, la buena impresión del periodo de transición liderado por Valentín Paniagua y la procedencia clasemediera de sus militantes (ojo, no solo en Lima) hace que marcar la lampa no suponga mayor esfuerzo. Y si bien Barnechea tiene 40 años en el ojo público, aparece como una figura nueva para los jóvenes.
¿Qué juega en su contra? Conecta con clases medias más tradicionales, pero tiene serias dificultades para hacerlo con aquellas más aspiracionales, así como con los sectores populares. Si bien se presenta con un discurso progresista en temas sociales (derechos humanos, unión civil, aborto), él mismo no se encuentra en su plan de gobierno. Deberá ser claro en responder sobre las compañías para las que ha hecho lobbies en estos años. No tiene el dinero de otras campañas, lo que le da imagen de honestidad, pero tampoco le permite competir en igualdad de condiciones.
Si mantiene la buena performance, Barnechea conseguirá que Acción Popular pase la valla electoral. La interrogante es si su perfil le permitirá conquistar votos que vayan más allá de aquel primigenio objetivo.
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