Hasta el arroz con lentejas amenaza abandonar la mesa de los lunes. Esta menestra suma un incremento ponderado de 40.3%. Su precio se cotiza cada vez más en plazas y mercados que ya hasta el tristemente célebre Pepe Julio Gutiérrez la exigía en millones para firmar la tregua en el conflicto de Tía María, en lugar de euros o dólares.
El pollo es tan inalcanzable para los peruanos como los mismísimos ángeles de Victoria’s Secret. En los mercados de Lima, el ave desfila a precios de 8 y 8.50 soles, un sol más que la semana anterior.
Si se gana 30 mil soles como ministro, la inflación –como el que te puedan cogotear en la esquina– no resulta tan preocupante. Pero la situación cambia angustiosamente para los peruanos que no viven, sino tienen que ingeniársela para sobrevivir con el sueldo mínimo. Y es que, mientras su remuneración está congelada en 750 soles, el valor adquisitivo de ese dinero está condenado a comprar, día a día, cada vez menos.
Por eso es que con justa razón tirios y troyanos coinciden en que “la inflación es el impuesto a los más pobres”. Y que esta se incremente o se mantenga estable es gracias a lo que haga o deje de hacer el Gobierno.
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