Análisis de la última encuesta Ipsos sobre la coyuntura
política nacional.
En la última encuesta de Ipsos, el ministro del Interior,
Daniel Urresti desciende en aprobación de 46% a 41%, mientras que, en
desaprobación, sube de 39% a 49%. No
obstante que el titular de Interior continúa siendo el oficialista con más respaldo
del régimen, vale anotar que la caída en popularidad de Urresti se produce
luego de uno de los ensayos más audaces y agresivos de los últimos tiempos. El
histriónico general usó todos los puñales habidos y por haber del
antifujimorismo y del antiaprismo intentando convertirse en el outsider que
emerge contra “los políticos tradicionales”.
La audacia consiste en que no obstante que Urresti pertenece
a uno de los regímenes más tradicionales y mediocres de la democracia post
fujimorista, el hombre trata de convertirse en la representación del nuevo
“líder que destruye todo lo viejo”. Sin embargo el resbalón en popularidad
indica que las cosas no están funcionando. Si a esto le agregamos que, en la
última encuesta de Datum, Keiko Fujimori y Alan García, víctimas de agresiones
difíciles de imaginar en el espacio público, crecen en popularidad,
entonces, quizá se ha producido un
cambio significativo en la sociedad peruana.
A lo mejor el tradicional antiaprismo y antifujimorismo que
caracteriza a la política peruana desde el siglo pasado están en franca
retirada. De una u otra manera, los líderes que encabezaron los anti en la
sociedad peruana luego del fin del fujimorato, sobre todo enjuagándose la boca
con la palabra “decencia”, ahora aparecen comprometidos en irregularidades.
Alejandro Toledo, el resumen del antifujimorismo, está vinculado a cuentas
millonarias de Ecoteva y el camino al Gólgota de Ollanta Humala recién empieza
con el caso Belaunde Lossio.
Repetir los mismos argumentos que le permitieron a Toledo en
el 2001 y a Humala en el 2011 ganar las
elecciones nacionales, al parecer, ya no es parte del negocio político. A lo
mejor todo lo que es anti comienza a vincularse al régimen nacionalista y,
antes que afectar a los agredidos, los favorece tal como se puede apreciar en
la encuesta de Datum.
Si a esta primera impresión le sumamos los resultados de la
última elección metropolitana, en donde algunos medios tradicionales,
sorprendentemente, se aliaron con la izquierda villaranista para desarrollar
una de las campañas más envenenadas y clasistas de los últimos tiempos contra
Luis Castañeda, es evidente que el repliegue de los anti puede ir en serio. La
campaña contra el Mudo echó mano de todo el arsenal del anti, desde la división
entre “decentes versus honrados” hasta “reformistas versus cultura combi”, pero
el fracaso fue tremendo.
El anti en la democracia es una clarísima prolongación de lo
peor de nuestro pasado colonial y, por angas y por mangas, esta especie de
excomunión religiosa del diferente, del otro, se ha convertido en una de las
principales trabas para gestar acuerdos y pactos y fortalecer las
instituciones.
El Perú sin ser demasiado consciente y ante la falta de una
crítica intelectual se ha sumido en una especie de guerra medieval, donde hasta
el asunto de la democracia puede tener vínculos con el ADN. ¿Cómo pueden
entonces surgir nuevos partidos políticos si ellos emergen, principalmente,
para facilitar acuerdos en los espacios públicos? Vale, pues, ensayar la hipótesis de que el
chasco de los estrategas de bolsillo de Urresti es una indicación de que el
anti se repliega en el Perú. Votamos
para que así sea.
Por Víctor Andrés Ponce
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