EL CASO YAURI: HUÉRFANAS DE UN HÉROE



Por: José Carlos Díaz Zanelli
El periodista Pedro Yauri tuvo un destacado programa radial en Huacho a inicios de los 90 –una década difícil para el ejercicio de la libertad de expresión-, donde recogía diversas denuncias que hacía la población en contra del abuso de las autoridades, algo que generó más de una incomodidad, y lo que le significó recibir amenazas de parte del desquiciado grupo paramilitar Colina. Desapareció hace casi 22 años en circunstancias poco esclarecidas. Luego de ese tiempo aún hay personas que luchan por encontrar sus restos, por tener dónde llorarlo. El siguiente es texto es el relato de esas personas. Liliana Coca y Yaqueline Yauri, esposa e hija del desaparecido. Quizá hoy en día pocos periodistas se pregunten a quién le deben la posibilidad de poder ejercer su profesión con la libertad de la que gozan. Tal vez pocos se preguntan si es que el periodismo tiene héroes. Pedro Yauri es uno de ellos.

Si pudiera retroceder en el tiempo cambiaría muchas cosas. No permitiría que mis hijas vivan lo que tuvieron que vivir, masculla Liliana Coca. Sus palabras a duras penas atraviesan el nudo que se le forma en la garganta.

Domingo 21 de junio de 1992. Día del Padre. Yaqueline sonríe al lado de Pedro, su padre. Desayunan jugo de fruta y luego le recita un poema. Pasan una mañana agradable, bajo el calor que emana del seno de las familias provincianas, pujantes e inocentes. Antes del mediodía Pedro se despidió cariñosamente de su esposa Liliana y sus hijas Jessie (12), Yaqueline (9) y Rosita (1) -pertenecía a otro compromiso-, y enrumbó hacia la sede de Radio Universal, en Huacho, donde debía conducir la que sería la última emisión de su programa radial Punto Final.

Han pasado casi 22 años, desde entonces nunca más volvieron a ver a su padre. Es como si la tierra se lo hubiera tragado, repite Yaqueline, como una letanía lacerante y los ojos se le cristalizan, y lucha por no mostrarse débil. El orgullo es la defensa más recia de los inocentes, de los que claman justicia.

Ella evoca con total claridad aquella madrugada del miércoles 24 de junio de 1992 en que su abuelo Anastasio las despertó golpeando la puerta de su casa con desesperación. Había estado descansando con su hijo Pedro en el pequeño cuarto que alquilaban en la cuadra dos de la avenida Sáenz Peña, en plena Plaza de Armas de Huacho, cuando unos hombres encapuchados y armados con fusiles de guerra irrumpieron violentamente en su habitación. Amarraron a Anastasio contra una cama y se llevaron a su hijo, el periodista Pedro Yauri. Desde ese momento nadie más lo volvió a ver.

Mi abuelo recién ha fallecido hace unos meses. Falleció con el dolor tremendo de nunca haber encontrado a su hijo. El hijo que le arrancaron de las manos. Ahí empezó nuestra pesadilla, se lamenta Yaqueline. Disimula muy bien unas lágrimas rebeldes que pugnan por desbarrancarse por sus pestañas. Aquella madrugada empezó su más grande pesadilla, una búsqueda estéril pero irrenunciable. Aún continúa.

Estamos en la sala de la casa de Yaqueline, una de las tres huérfanas de Pedro Yauri, apenas tres sillones dispares, un falso piso y no hay techo. Nada de cuadros, ni televisores plasma, ni mesa de centro con flores o ceniceros elegantes. Es una casa humilde, tan humilde como las personas que la habitan, personas modestas que han sido curtidas de tal manera por el dolor y la indiferencia, que luchan por ocultar sus debilidades y hacerle frente, con mucho valor y más dificultades, a la vida que el destino les ha deparado, a la vida que con ellas parece haber ensañado. Mi padre siempre hizo lo que amaba y por eso estoy muy orgullosa de él. Porque en su profesión siempre luchó por la verdad. Es por eso que yo lo considero un héroe del periodismo. Si no fuera por personas como él, los periodistas no podrían ejercer su profesión con la libertad con la que lo hacen ahora,sentencia Yaqueline, sin rencores.

Cuando su padre desapareció, su madre, que soñaba con ser una próspera contadora, tuvo que dejar de estudiar y empezar a trabajar para mantener a Yaqueline y sus hermanas. Perdieron la casa que iban a comprar, víctimas de una estafa por parte de sus abogados, y tuvieron que arrinconarse en casa de sus abuelos maternos. Nunca recibimos ningún tipo de ayuda económica del Estado, y tampoco nos interesa. Nada podría compensar la ausencia de mi padre, asegura Yaqueline, con una voz que se apaga sobre el final de cada oración. Como si perdiera fuerzas, como si estuviera cerca de rendirse.

***

Él me vinculaba poco a su trabajo. Pero siempre me dijo que el periodismo era lo que quería hacer. Era un buen esposo, siempre se preocupaba por sus hijas. Una persona muy sociable que siempre trataba de ayudar a la gente más necesitada y denunciar los abusos de las autoridades, susurra Liliana Coca, ella asegura que ese afán de su esposo por denunciar injusticias le resultó incómodo a muchas personas, y fue ello lo que motivó su desaparición. Minutos antes de recoger su testimonio estaba lavando la ropa y cocinando al mismo tiempo. Es por ello que despide un olor a detergente y aderezo, y con el delantal empapado intenta enjugar las lágrimas de sus mejillas. Toda ella es un amasijo de emprendimiento y frustración.

Yaqueline cuenta que en los últimos 20 años han aparecido restos óseos en más de una ocasión en los alrededores de Huacho. Algunos incluso tenían la misma medida que los de su padre, sin embargo, luego de los exámenes de ADN todos los hallazgos han sido desestimados.

Hasta ahorita no hemos encontrada nada de él. Se tiene una sensación de impotencia que es horrible…, dice Yaqueline con el desconsuelo evidenciado en cada una de sus palabras. No puede más y parte en llanto. El dolor que le producen los recuerdos de su padre y la angustia incesante de la búsqueda infructuosa de sus restos es más fuerte que el tesón con el que lucha por no reflejar su aflicción. Apago la grabadora para no registrar sus sollozos, lo considero como un acto de respeto, el respeto que se merece la hija de un héroe.

Se recompone un poco y explica que nunca ha puesto su orfandad como un pretexto ante las adversidades que le presentó la vida. Aunque tuvo que dejar inconclusos sus estudios de sociología, espera retomarlos y terminar su carrera lo más pronto posible. Así lo hubiera querido mi padre.

Ella considera que el proceso de investigación por la desaparición de su padre ha sido injusto. Cree que los jueces no le han puesto suficiente atención a su caso. “Nosotras no vamos a sentir que se haya hecho justicia hasta el día que encontremos sus restos”.

Cada domingo Yaqueline y su madre van a la iglesia y rezan algunas oraciones en nombre de Pedro Yauri. Y ahí lloran, en la intimidad de sus dolores. Pocas veces tan justificado el dolor. Arrodilladas frente al altar, imaginándose la presencia de Pedro a su lado. A veces me consuelo recordando las mañanas en que me sacaba con mi hermana a correr por el malecón de Huacho. Compartía muchos con sus hijas. Nos enseñó a nadar. Nos llevaba a la playa. Ha sido muy buen padre. Pero solo puede hacer eso. Imaginárselo. Recurrir a esa memoria que indefectiblemente con el correr de los años se difuminará, al igual que las fotografías que comparte con mucha amabilidad. En dichas fotos se puede ver a un Pedro Yauri bastante sociable. Divertido e hiperactivo, del tipo de personas que no se pueden quedar quietas ante una cámara y siempre salen registrados con algún gesto peculiar.

De pronto, de manera espontánea Yaqueline dice esta frase: La vida no tiene valor. Y posteriormente un silencio. Solo se oye el zumbido de los mototaxis en la calle, solo se respira la pestilencia del mar contaminado de Huacho, solo se siente el dolor matizando la escena. La frase me resultó desconcertante. Me mira como si tuviera algo que decirme pero como si no se sintiera segura de hacerlo. Tiene la comisura de los labios resaca y el rostro brilloso.

A estas alturas… lo único que pido es tener un lugar dónde llorar. Eso es lo que más nos duele a mi madre y mis hermanas. No tener una tumba en la cual dejar flores, un espacio físico sobre el cual me pueda desfogar. Tengo algo aquí, adentro (y se oprime el cuello con fuerza, se ahorca).Algo que no puedo expresar. ¡Necesito saber dónde están los restos de mi padre porque quiero llorar sobre ellos! Y Yaqueline llora en ese instante sobre sus propias carencias. No hay más qué decir. Simplemente llora. Llora por su padre, llora por la injusticia.

La señora Liliana Coca ha estado escuchando el último tramo de nuestra conversación. Ha permanecido abstraída en sus pensamientos, quizá en sus recuerdos. Desde un inicio se mostró reacia a conversar de este tema. Es de las personas a las que uno le tiene que sacar las palabras de a pocos. Me despido de ambas. Liliana me escolta hasta la puerta y dice: Han pasado tantos años, joven. Siempre mis hijas se han quejado de que no aparezca el cuerpo de su padre y yo he tenido que convivir con eso (se tapa los ojos para contener las lágrimas). Por eso a mí no me gusta hablar de estas cosas. Cuando recuerdo lloro. Y atravieso el umbral de una vieja puerta, chillona y agujereada. Una puerta que corta el silencio como si fuera un recuerdo. Un doloroso recuerdo.

TOMADO DE:  HUELLAS DE  KANTU .WORDPRESS

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